"EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS". "THERE IS BEAUTY IN PAIN, TOO"

8 jun 2014

VAMPIRE HEART

El cielo anunciaba tormenta. Los silenciosos resplandores de los relámpagos personificaban la calma que precede a la tempestad y eran la única luz de que disponían, ya que el manto de nubes tapaba la luna llena. Un extraño silencio se cernía sobre el cementerio cuando Jess se reunió con Jirou una noche más. 

Sin apenas cruzar palabra, se dispuso a ocupar el mismo puesto que la noche anterior. Pero cuando se dio la vuelta para internarse en el bosquecillo, Jirou la agarró de la mano. Se giró, devolviéndole la mirada. Entonces él tiró de ella hasta que quedaron muy cerca y se apoderó de sus labios de forma impaciente en un beso que, a decir verdad, no era del todo inesperado. La agarró de la cabeza, tirando el sombrero al suelo, acercándola más a él. La chica no se resistió, pero se apartó de inmediato al notar el contacto con sus afilados colmillos. Él se limitó a seguir mirándola. 

- Esta noche iremos juntos – decidió. 

Se internaron los dos en el bosque, en espera de alguna señal. El vampiro se movía, inquieto, de un lado para otro, con la espada desenvainada. Jess se mantuvo inmóvil, con una serenidad producto de interminables noches en vela, tratando de apartar cualquier pensamiento de su mente, escudriñando las sombras. Y lo vio. Echó a correr hacia la capilla, sin siquiera avisar al vampiro, a quien pilló desprevenido. Para cuando escuchó su voz gritando “espera, Jess” ya estaba demasiado lejos. 

Entró en la iglesia. Los truenos retumbaban y su sonido parecía más amenazador que nunca. Tuvo tiempo de ver a Jirou con la espada en la mano, a través de la puerta que había dejado abierta, antes de salir corriendo otra vez. Había escuchado esa horrible risa de loco en el sótano de la capilla. Estaba demasiado cerca, ya no podría escapar. Bajó las escaleras, oyendo el eco de los pasos de Jirou tras ella. Recorrió los últimos metros y entró en el sótano. Casi inmediatamente después, la puerta de hierro se cerró a sus espaldas. 

Todo era oscuridad. Se apresuró a sacar el arma y permaneció alerta, observando cada rincón. Al otro lado de la puerta, Jirou gritaba y descargaba golpes contra el metal, sin éxito. Y justo en el momento en que un relámpago iluminó brevemente la estancia, escuchó de nuevo esa risa y el asesino apareció ante ella. Solo fue un instante. Disparó, pero había desaparecido. El vampiro gritaba su nombre. Entonces, algo pesado cayó sobre ella y sintió un dolor muy intenso en el cuello. Con cuidado, palpó con los dedos: estaban manchados de sangre. La había mordido. Con mucho esfuerzo, se levantó y lo vio de nuevo. Estaba escupiendo los restos de piel y carne que le había arrancado. Acto seguido la golpeó, por lo que volvió a caer al suelo. Jess lo miró con pánico desde allí, porque se había dado cuenta de que ya no podría volver a levantarse o alcanzar el arma. El asesino avanzó hacia ella y no pudo hacer nada salvo cerrar los ojos, resignándose a morir. 

Para cuando Jirou logró entrar en la habitación, el asesino se había marchado ya. Pero no fue eso lo que le preocupó en un primer momento. Paseó la vista por el sótano, con la ansiedad pintada en la cara, desde el arma olvidada en un rincón hasta el montón de ropa destrozada esparcida por el suelo. Al fin, encontró a Jess y corrió hacia ella, sorprendido de no encontrar un cadáver. Examinó lo que quedaba de ella con verdadero horror: los golpes amoratados, las profundas heridas, los arañazos enrojecidos, los mordiscos, la sangre entre sus piernas. 

Jess fue vagamente consciente de que la cogió en brazos y la llevó hasta el tejado. La tumbó y le sostuvo la cabeza para que pudiera verle, rodeándola con sus brazos. A ella le costaba mucho respirar; tenía la garganta destrozada. La lluvia helada caía sobre ambos; la chica estaba desnuda y temblaba incontrolablemente. El vampiro la miró con infinita tristeza y ella se dio cuenta de que estaba recordando a su hermana. Entonces supo que solo le quedaba una salida. 

- Muérdeme – le pidió. 
- Jess, no – dijo, cansado – Debes ir junto a tu hermana, junto a Mark. 
- No me dejes morir como a ella – se le acababa el tiempo y sentía miedo – Por favor, hazlo. 
- ¿Por qué? – preguntó. 
- Porque te quiero – respondió. 

Reuniendo sus últimas fuerzas, se levantó y lo besó, dándole a probar su sangre en el proceso. Ya no tenía opción. Jirou le apartó el pelo mojado hacia atrás, recorrió la piel de su cuello con el dedo hasta un lugar en el que no había heridas. Se detuvo en un punto y clavó sus colmillos en la piel de la chica, que dejó escapar un gemido ahogado y se abrazó a él. Cuando acabó, la miró a los ojos y después la besó de nuevo, dulcemente, hasta que su respiración entrecortada le hizo detenerse. La recostó lentamente sobre el tejado y antes de quedar completamente tendida, Jess sintió algo muy frío traspasando su interior. Tosió, expulsando sangre, y con mucha dificultad, se miró el pecho: la espada de Jirou estaba allí clavada, atravesando su cuerpo. 

- Perdóname, Jess – en los ojos del vampiro brillaba un destello de compasión. 
- No... – alcanzó a decir ella, con su último aliento. 

Algo húmedo cayó sobre el rostro de Jess, algo que no era lluvia. Las lágrimas de ambos se mezclaban. Jirou se inclinó sobre ella para besarla. Un beso con sabor a sangre, bajo la lluvia. El último beso, entre sangre y lágrimas. Después, la cubrió con su capa, se puso su sombrero, recuperó su espada y, de un salto, desapareció en la tormenta.

15 may 2014

VAMPIRE HEART

Después de pasar otro día más sin dormir apenas nada, Jess salió del viejo almacén que hacía las veces de casa para ella. Supuestamente debía ejercer como farolera, pero esa era la última de sus preocupaciones. Caminó por las estrechas y oscuras callejuelas de los barrios de mala reputación, en donde las prostitutas comenzaban su jornada, y se encontró con Jirou junto a la torre cuando ya la noche se cernía inexorablemente sobre la ciudad de Londres. 

- ¿Has dormido bien? – preguntó con sarcasmo, sonriendo de forma que sus colmillos se percibían claramente. 

No contestó, puesto que él estaba al tanto de sus problemas para conciliar el sueño. Asimismo, él no necesitaba dormir. La única condición para la supervivencia de su raza era que no podía exponerse abiertamente al sol y Londres era una ciudad tan oscura que no tenía dificultad para cumplirla. 

- Tengo algo interesante – dijo para captar su atención – Un asesinato. 
- ¿Es él? – una pequeña chispa de esperanza nació en su interior, pero se encargó de que no se reflejara en su rostro, aunque quizá Jirou lo percibió. 
- Anoche encontraron a una prostituta en el cementerio de St. Mary. La enterraron viva y, pasados unos días, el asesino volvió a por el cadáver. 
- Podría ser un asesino corriente – dijo ella con desilusión. 
- No creas – la contradijo – Lo más interesante es que la mujer fue violada... antes y después de morir - la mueca de horror que apareció en el rostro de Jess debió de ser suficiente para expresar lo que sentía ante un acto tan repugnante. 
- ¿Estás seguro de eso? – su mente seguía sin poder comprender semejante crimen. 
- Lo he visto – dijo simplemente Jirou. 

Y de pronto, como si hubieran alcanzado algún tipo de silencioso acuerdo, tuvieron claro lo que había tras aquel simple indicio: era él. Tenía que ser él. Sin decir nada más, se pusieron en camino hacia el cementerio. Jirou mostraba su semblante habitual y, si sentía algo diferente esa noche, no lo demostró. En cambio, Jess pensaba en lo que pasaría una vez que lo encontrasen. Y también en la tarea que debía cumplir después de que eso ocurriese. No iba a ser nada fácil. 

Llegaron pronto a la iglesia. La pequeña capilla de St. Mary refulgía en la oscuridad con un resplandor blanquecino, producto de la débil luz de la luna que asomaba tímidamente entre las nubes. En la parte trasera, el cementerio en penumbra mostraba un aspecto lúgubre y tenebroso, con las lápidas y las cruces torcidas emergiendo entre la maleza. No serían más de cincuenta; era un sitio pequeño. 

La chica y el vampiro se dirigieron al lugar donde la tierra había sido removida recientemente. Habían retirado el cadáver para dejar paso a la posterior investigación de la policía, quienes obviamente se hallaban perplejos. Comenzaron con su vigilancia: Jess se quedó en el pequeño bosquecillo situado tras el cementerio, escondida entre los árboles, mientras que Jirou entró en la capilla, y lo perdió de vista. 

La espera se hacía interminable, más que nunca. Las horas transcurrían con lentitud y aún faltaba para el amanecer. Jess estaba a punto de quedarse traspuesta cuando algo captó su atención. Una sombra cruzó fugazmente el tejado de la iglesia, iluminada por la luz de la luna tan solo durante un segundo. Apenas unos momentos más tarde, vislumbró la figura de Jirou saltando por el campanario. Inmediatamente, echó a correr atravesando el pequeño bosque y, tras dejar atrás el cementerio, por fin alcanzó la capilla. Escuchó unos extraños ruidos y se apresuró a subir las escaleras lo más rápido posible, dado que no poseía la habilidad sobrehumana de Jirou para saltar. 

Cuando llegó a lo alto de las escaleras, la puerta de madera que tenía enfrente se abrió de golpe y su corazón dejó de latir por unos instantes. Allí estaba el vampiro, con su espada desenvainada y los colmillos afilados reluciendo en la oscuridad; lo observó un momento y seguidamente su vista se posó en el individuo que se encontraba entre ambos y sonreía de forma macabra ante su espanto. Al fin, después de tres años, le había encontrado. El asesino de su hermana y de Mark. 

- ¡Jess! 

El grito del vampiro la hizo reaccionar, devolviéndola a la realidad. Sacó su arma y le apuntó con ella, vacilante. Él lanzó una carcajada de maníaco y desapareció de un salto por la ventana antes de que pudiera disparar. Apenas podía comprender lo que acababa de pasar. Permanecía en la misma posición, con el brazo en alto y apuntando con el arma a un objetivo imaginario. Lo siguiente de lo que se dio cuenta fue que Jirou le estaba gritando. 

- ¡Le has dejado escapar! – decía, furioso. Ella se limitó a bajar el arma, sin mirarle siquiera - ¡Joder, Jess! ¿Dónde coño tienes la cabeza? – continuó - ¡No volveremos a tener esta oportunidad! 
- ¡Cállate! 

Aquello era demasiado para Jess. Decidida a terminar con todo de una vez, volvió a sacar el arma y, apuntando a Jirou, le disparó. Él se agarró el hombro, donde le había dado la bala, con un gesto de dolor, pero estaba ileso. Luego, dio un paso adelante y la golpeó, enviando el arma al otro extremo de la habitación. No tuvo tiempo de defenderse cuando el vampiro la agarró de la muñeca con una sola mano y apretó, tan fuerte que cayó de rodillas al suelo con un gemido ahogado. Echó la cabeza hacia atrás, apretando los dientes; el sombrero se le había caído y el pelo largo caía en mechones desordenados sobre su rostro. Los colmillos del vampiro parecían más afilados que nunca, sus ojos brillaban. 

Al fin, pareció recuperar la cordura, porque su mirada volvió a ser la de siempre y soltó a la chica, que se puso en pie. Él le dio la espalda, jadeando, tratando de calmarse. No lo logró, ya que se volvió hacia ella, gritando nuevamente: 

- ¡¿Por qué has hecho eso?! 
- ¡Tengo que vengar a mi hermana! – contestó de igual modo. 
- ¡Pero es a él a quien tienes que matar! – dijo Jirou – Solo así vengarás su muerte. 
- ¡Cállate! – lágrimas de rabia comenzaban a asomar a sus ojos - ¡Tú no sabes nada de mi hermana! 
- Sé más de lo que crees – dijo él en voz baja. 
- ¡Por supuesto! ¡Tú la mataste! – le dio un empujón antes de echarse a llorar definitivamente. Toda la angustia y el miedo que se habían acumulado en su interior durante tres años escaparon en forma de lágrimas furiosas y sollozos ahogados. 

Jess perdió el equilibrio y se balanceó hacia delante, abrumada. Fue consciente de que Jirou la agarró y la sostuvo un momento; luego, cuando quiso darse cuenta, se encontraba sentada a su lado en el tejado de la iglesia, con el sombrero entre las manos y el arma en su lugar, en la cintura. Había recuperado un poco la firmeza y trató de reprimir las últimas lágrimas. Había prometido no volver a llorar desde la muerte de su hermana; no lloraría delante de Jirou.

- No fui yo – dijo él de repente. 
- Tú la arrojaste hasta ese monstruo infernal – le contradijo, mirándole con desdén. 
- Eso no fue así. Nunca fue mi intención que ocurriera – explicó. 
- ¡Claro que sí! – no pudo evitar alzar la voz - ¡Te acercaste a Mark para usarla como cebo! ¡Él murió por tu culpa también! 

Jirou se mantuvo en silencio durante unos instantes. Luego, dijo: 

- ¿Tú le querías, no es cierto? 
- Era el marido de mi hermana – respondió Jess, como si eso fuera suficiente para no darle la razón. 
- Pero le amabas – insistió Jirou – Dices que todo esto es por tu hermana, pero en realidad lo que más deseas es vengar la muerte de tu amor.

El silencio de Jess debió ser prueba suficiente. No podía negarlo y, de cualquier manera, ya lo había perdido todo. Era verdad. Conocía a Mark desde la infancia; siempre estuvo enamorada de él, pero escogió a su hermana. A pesar de ello, sus sentimientos nunca cambiaron. Aún le quería, aunque estuviese muerto, y tenía que acabar con su asesino. Por él y por su hermana. En cuanto a Jirou, ese maldito chupasangre era el culpable de todo aquello y se encargaría de hacérselo pagar a su debido tiempo. 

- Eso no importa – declaró, casi recordándose también a sí misma – Ella murió por tu culpa. 
- Jess – replicó él – Creo que no conoces toda la verdad. 
- No la necesito – rechazó - ¿Qué motivo tendrías si no para acercarte a ella? 
- Ella me amaba – contestó – Y yo a ella también. 

Eso era lo último que habría esperado escuchar. Su primera reacción fue no creerle, pero le miró a los ojos y vio la verdad escrita en ellos. Su rostro lo decía todo: no mentía. Segundos después, la invadió una repugnancia absoluta hacia ese bastardo y un odio aún mayor, a la par que aumentaban también sus ganas de matarle por haber engañado a su hermana de una forma tan cruel. 

- Cómo pudiste jugar con sus sentimientos de esa manera – escupió. 
- No lo hice – dijo Jirou – Mark nunca llegó a saber lo que yo era, pero ella sí, y no le importó. 

>>Es cierto que me interesaba relacionarme con Mark debido a sus contactos con la policía – confesó – Pero nunca esperé conocer también a su esposa, ni mucho menos enamorarme de ella, una mujer humana – al llegar a este punto su tono de voz adquirió un matiz de melancolía al revivir el pasado – Le conté quién era el día que me confesó que me amaba, pero no me rechazó. Nos encontrábamos por las noches, a veces, y aunque ella estuviera casada yo sabía que su amor era solo para mí. Cuando murió Mark no dijo nada, pero se sentía culpable, además de culparme a mí por no haberlo salvado. Aquella noche, cuando la encontré, yacía moribunda entre mis brazos, cubierta de sangre. Algo demasiado peligroso. Me miró a los ojos y me suplicó que la mordiese. Yo quería retenerla a mi lado de esa forma; hubiera sido demasiado egoísta condenarla a llevar la existencia de un vampiro. Decidí que su lugar estaba junto a Mark, en esta vida o en la otra. Solo pude ver decepción en sus ojos antes de que los cerrara para siempre. 

El vampiro finalizó su relato con un deje de amargura. Jess no sabía qué decir, pero no dudaba ya de sus palabras. Jamás lo había visto expresar emociones tan humanas de una forma tan sincera. Tenía que ser cierto. 

- La dejaste morir – comentó, jugueteando con el sombrero. 
- Era lo mejor. Aunque ahora me arrepiento de haber dudado de su amor – contestó Jirou – Por eso quiero atraparle, más que nunca. 

Sorprendentemente, en esos momentos sintió lástima por Jirou. Un extraño vínculo invisible se había formado entre ambos, como si el espíritu de su hermana hubiera llegado hasta ellos para hacerlos entenderse. Él se puso en pie y ella lo imitó, poniéndose el sombrero y colocándose las ropas. La cogió en brazos y bajaron de un salto. Una vez en el suelo, Jess se soltó apresuradamente. Había notado que le ardían las mejillas, así que se bajó el sombrero para ocultar su rostro. Sin decirse nada, se marcharon en direcciones opuestas, justo cuando el sol asomaba por el horizonte.

4 may 2014

VAMPIRE HEART

Eran ya más de las doce. La noche, avanzada, jugaba a atemorizar con su manto oscuro a los habitantes de la ciudad, llenándola de inquietantes sombras que danzaban a placer por las frías y solitarias calles de Londres. La ciudad en sí misma parecía dormir, sumida en una intranquila vigilia en espera del amanecer. Pero para ello quedaban aún muchas horas. 

No se había movido de su puesto desde el atardecer. Cambió de postura para desentumecerse un poco, pero seguía notando un frío húmedo colarse bajo sus ropas. Tiritó pese al largo abrigo que llevaba y se revolvió en su puesto, maldiciendo al vampiro para sus adentros. Él tampoco se había movido. Podía verle en lo alto de la torre, vigilando. Por enésima vez, maldijo también su lugar en los desolados callejones. Dejó escapar un suspiro de fastidio, se quitó el sombrero y el pelo largo le cayó sobre los hombros. El vampiro debió notarlo, porque le hizo una seña para que se mantuviera alerta. Frunció el ceño y volvió a colocarse el sombrero. Si no fuera porque ya no le quedaba nada que perder, no habría aguantado tanto tiempo esa situación. Detestaba que le diera órdenes. Pero le convenía y, cuando llegara el momento, le plantaría cara a ese chupasangre. Hasta entonces, debía esperar. 

Como de costumbre, se reunieron en la misma ruinosa taberna al despuntar el alba. Antes de entrar echó un vistazo al cielo, débilmente iluminado por esa pálida luz que precede al amanecer. Estaba totalmente cubierto de nubes grises; sería otro día más sin sol. 

Entró en el local, desierto a esas horas. Él ya estaba esperando en el sitio de siempre. Se sentó en la silla que había enfrente y le miró con mala cara, esperando a que hablase. Pero se limitó a sonreír con suficiencia, recostado en su silla, con la capa negra amenazadoramente abierta y contemplándola sin disimulo. 

- ¿Nada? – preguntó, cansada de esperar, sabiendo que lo mejor era ignorar su actitud. 
- Nada – confirmó, repentinamente serio. 
- ¡Maldita sea! – cuando quiso darse cuenta, estaba tan furiosa que al levantarse y golpear la mesa, el sombrero se le había caído al suelo. Jirou lo recogió y lo colocó en la mesa ante su sitio. 
- Siéntate, Jess – su tono era autoritario – No queremos armar escándalo. 

Ella obedeció. La taberna estaba vacía a aquellas horas, pero era verdad: cuanto menos supieran de ellos, mejor. 

- Me prometiste que lo atraparíamos – reprochó, enfadada.
- Creo recordar que también te dije que no sería fácil – comentó, jugueteando desinteresadamente con el sombrero. 
- Ya hace casi tres años de eso – le recordó – Y ni una sola pista desde entonces. Permíteme que ponga en duda la palabra de un chupasangre – escupió con rabia. 
- Nunca te pedí que me ayudaras – dijo, lejos de molestarse siquiera – Yo lo atraparé, no me importa si es contigo o sin ti. 

Dicho esto se levantó, le colocó el sombrero en la cabeza y salió del local con paso rápido. Ella, aún más enfadada, ordenó a gritos una cerveza. Era cierto que, desde que le conocía, Jirou nunca había cesado en su empeño. Su determinación era la misma que aquella noche en la cual, tras un largo viaje, al fin le encontró. Por aquel entonces, acababa de perder a su hermana, lo que unido a la muerte de Mark varios meses atrás, solo le dejó el camino de la venganza. Había aprendido, muy a su pesar, que no había nada imposible. Fue por eso que no le sorprendió que Jirou se presentase como un vampiro. Qué le motivó a hacerlo, lo desconocía, pero ambos compartían un mismo objetivo y con eso le bastaba. Sentados tras un par de vasos de whisky, se ofreció a colaborar con él, mientras que él prometió ayudarla a capturar al asesino de su hermana. 

A pesar de sus buenas intenciones, las cosas no marcharon demasiado bien. En esos días, el mundo estaba en constante cambio y ciertas cosas habían quedado olvidadas en los umbrales del siglo XIX. El ser al que perseguían no era monstruo ni hombre, sino más bien un tipo de criatura que no encajaba en ninguna de las dos clasificaciones. Era demasiado inteligente para der una bestia, pero demasiado brutal para ser humano. Sabían que se encontraba allí, en Londres, pero era demasiado silencioso y escurridizo. Después de tres años de búsqueda, no había indicio de su paradero. Parecía, no obstante, divertirse con el juego, porque había dejado de lado los asesinatos, lo cual hacía aún más difícil dar con él. 

Terminó la cerveza y dejó la jarra sobre la mesa con un golpe seco. Depositó unas cuantas monedas en la barra y, calándose el sombrero hasta los ojos, se marchó de la taberna en dirección a las afueras.

Continuará~

20 abr 2014

PLAYING GODS

- ¡No, no, no! ¡Joder, no! 

Las luces parpadeantes brillaban sobre sus cabezas, de un blanco tan intenso que casi hacía daño. Un olor aséptico e impersonal impregnaba la estancia, tratando de enmascarar el aroma rancio de la muerte, que poco a poco se abría paso arrastrando su corrupta estela tras de sí. Sintió la presión de la mano de su compañero sobre su brazo, pero le apartó en un gesto brusco y siguió con lo que estaba haciendo. Las luces volvieron a parpadear, los pitidos eran constantes. Las voces se apagaron. 

- Déjalo, ya no puedes hacer nada - las palabras resonaron como un lejano murmullo, con un eco leve, como si la voz surgiera de las profundidades. 

Uno, dos, tres, cuatro. Expulsó el aire con toda la fuerza de sus pulmones, con cuidado de que no escapara nada por las rendijas. Otra vez: un, dos, tres, cuatro. Con fuerza, sin bajar el ritmo. Su compañero intentó apartarla de nuevo, pero no se lo permitió. Siguió presionando hasta que se quedó sin fuerzas, hasta que empezó a faltarle la respiración y sintió que la cabeza se le iba. Con un gran esfuerzo, tiró de ese minúsculo hilo de conciencia y lenta, trabajosamente, regresó a la dimensión que le correspondía. La habitación parecía ahora más grande y ella más pequeña, un olor amargo había emergido de alguna parte y lo inundaba todo. Volvió la cabeza, pero no vio sino un bulto cubierto por una sábana verde. 

- ¡No, no podéis! - exclamó súbitamente, al tiempo que se levantaba. Esta vez, los fuertes brazos de su compañero lograron retenerla con éxito. Estaba a punto de derrumbarse. 
- Ya basta - dijo él - Ya ha acabado. 

Como había predicho, el pequeño cuerpo pareció perder toda esa energía en un segundo y se desplomó sobre sus brazos, desmadejado, casi inerte. Él cargó todo su peso encima de los hombros y la sentó en el suelo de baldosas, ya que no había asiento alguno en la sala. Ahora, los dos parecían aún más insignificantes, dos seres ínfimos en medio de una enorme cueva vacía. Permanecieron allí mucho rato. 

- Le dije que aún había esperanza. Le prometí... - empezó ella, pero las palabras se atascaban, no querían salir. Tenía la sensación de que si lo decía en voz alta, todo sería espantosamente real. En aquella especie de limbo, en esa tregua, aún cabía la posibilidad irracional de que fuera una pesadilla o un mal sueño... 
- Lo sé - dijo su compañero - Pero no somos dioses, ¿recuerdas? Sólo somos médicos. 

Ella asintió, debilitada. Estaba demasiado cansada para hablar de ello ahora. Deseaba echarse a dormir y que su agotado cerebro lo asimilara todo de forma automática, pero dudaba mucho poder contar con el placer del descanso, al menos durante algunas noches. Era una de aquellas veces que las cosas seguirían su curso de la forma difícil. Era otra fecha que anotar en el calendario. Cómo lograba sobrellevar todas esas muertes, aún no lo sabía. Quizá solo lo compensaba el hecho de salvar muchas otras vidas.

13 feb 2014

THE ART IN NATURE

Es medianoche. La hora en que la noche se cierne con suavidad sobre el bosque y sobreviene la calma entre todas las criaturas: plantas, bestias y espíritus. El tiempo en que la brillante luna llena ejerce su influjo sobrenatural y, como un lejano recuerdo, hace brotar sensaciones en cada rincón de las almas, generando paz y tranquilidad interior. Es el momento en que todo, absolutamente todo, es posible. 

Rápido, veloz, ligero. El viento recorre audaz cada recoveco, entre hojas, tallos, troncos y juncos dejando tras de sí tan solo una estela de frescor y un suave susurro, arropando a todas las formas vivientes con su caricia. Con él viajan miles de pequeñas motas de luz, tan brillantes que resulta imposible vislumbrarlas. Sólo las mágicas criaturas que habitan los bosques son capaces de hacerlo. Ellas, que con tanta astucia y elegancia se ocultan del ojo humano, tan ciego como su corazón para creer. 

Seyha bate sus alas hasta que no son más que un borrón azulado en el aire de la noche y se eleva pausadamente en vertical hasta quedar por encima de las copas de los árboles y hacerse cosquillas con las hojas en los dedos en los pies descalzos. La luz de la luna arranca destellos blanquecinos a su piel cremosa y pálida, mientras que su largo cabello rubio, tan claro como su piel, revolotea guiado por el viento en torno a su cuerpo. El hada alza los brazos y eleva la cabeza hacia el oscuro cielo estrellado en un clamor silencioso y expectante. La respuesta no se hace esperar. Primero, siente la ligera humedad que el viento arrastra consigo. Después, el frío cristalizado en pequeñas gotas. Finalmente, la lluvia comienza a caer uniformemente de forma sosegada, alimentando y llenando de vida a todas las criaturas. Las plantas beben agradecidas y el suelo alfombrado de verde absorbe las gotas con un imperceptible crujido. 

Seyha contempla su obra un momento y luego desciende lentamente sin preocuparse por la lluvia, empapándose por completo y notando como las gotas de agua resbalan sobre su piel tersa. No es un hada de la lluvia, pero le está permitido alimentar de vez en cuando al bosque con este don, especialmente en noches de luna llena. Este momento es especial incluso para las criaturas mágicas, quienes están dotadas no con uno, sino con múltiples dones, pero han de cumplir con su función principal si quieren que el bosque siga estando rebosante de vida. Y ellas lo hacen agradecidas, porque aman al bosque, porque forman parte de él y él de ellas. Y así se establece el orden natural de las cosas. 

El hada camina despacio acariciando la hierba con las plantas de los pies. Se dirige hacia el lago, para saber si Nwen está molesta por haber invocado a la lluvia, aunque en su interior sabe que no es así. Rara vez estas criaturas se alteran por nimiedades y eso es lo que la diferencia de los humanos, quienes se alimentan de sus rencores y su dolor hasta corromperse. Por eso fueron ellos quienes inventaron las guerras y las armas. Seyha se detiene en la orilla del lago y se introduce un poquito. El agua juguetea con sus tobillos y caracolea alrededor. Seyha sigue esperando. Sabe que las ondas transparentes llevan su presencia hasta quien vive en las profundidades. Avanza un poco más, esta vez hasta las rodillas. Le da tiempo al agua para que se acostumbre a ella. En el bosque no existe la prisa porque las criaturas no la necesitan. Viven acordes con la naturaleza, a su propio ritmo, tranquilos, calmados. 

De pronto, el agua comienza a arremolinarse y a formar olas en la orilla del lago. De su interior emerge una figura femenina, alta, delgada, esbelta. Viste una túnica blanca, larga, suelta, que cae en pliegues en torno a sus formas y está sujeta con un fino cinturón plateado. Una diadema de plata peina sus largos cabellos de hielo, y en su mano izquierda sostiene un largo báculo, también plateado, que hace juego con sus ojos grises como un día nublado. Es una náyade, pero no una cualquiera. Ella es la dama de plata del lago. 

La dama sale de las aguas con parsimonia y elegancia, y aunque las olas lamen su piel y la lluvia empapa su cuerpo, cuando pone sus pies desnudos en tierra está tan seca como el interior de una madriguera de ratones de campo. Avanza hasta donde Seyha espera y la mira. Sus ojos grises se encuentran con los ojos azules del hada y establecen una silenciosa conexión, que no se puede ver sino sentir. Allí esta ella, piensa Seyha: su amiga, su hermana, su amante. La dama de plata del lago, noble, bella. Toda ella, es solo suya. Las criaturas del bosque sólo entienden de sentimientos. Lo que los une a otros seres es más fuerte que cualquier otra cosa. No comprenden los extraños perjuicios humanos sobre géneros, sobre sexos. Ellos están más allá de la biología humana, porque son parte de su propio sistema vital, del bosque, y nada más. 

Nwen parece irradiar luz propia, una luz blanca y plateada que podría competir con el mismísimo brillo de la luna llena. Pero no existen rivalidades en el bosque: todos son iguales porque todos forman parte del mismo ser. Entonces, se rompe el hechizo y Seyha puede al fin moverse, acercarse aún más a la altiva dama y rodearla con sus brazos hasta sentir sus cuerpos juntarse y sus labios en un cálido contacto al contraste con la fría lluvia que sigue cayendo y que ahora también moja el cabello blanco de Nwen. 

- ¿Has vuelto a quitarme el trabajo, pequeñaja? - pregunta Nwen cuando se separan.
- Es luna llena. Pensé que podríamos hacer una excepción - contesta Seyha, aún sintiéndose en el cielo a causa de la embriagadora presencia de su dama. 

Nwen sonríe dulcemente y acaricia la cabeza de Seyha en un gesto cariñoso. Observa sin disimulo a la delicada y frágil hada, desde las raíces del pelo hasta la punta de sus dedos, pasando por el vaporoso vestido corto de color rosa y las alas azuladas en su espalda, cual bella mariposa. Se le agranda la sonrisa al pensar que, al contrario que las mariposas, Seyha no vivirá sólo un día: la tiene para ella cuanto tiempo quiera darles el bosque. La retiene de nuevo en un largo abrazo y seguidamente le tiende la mano. El hada la acepta y juntas se dirigen hacia lo más profundo del bosque. Allí se encuentra un lecho seco de hojas, que, cuidadosamente preparado, espera su llegada. Sobre él se tienden Seyha y Nwen, y entonces, el espacio queda cerrado por una cortina de finos ramajes de sauce. 

La luna llena refleja en el cielo el espíritu de la noche en el bosque. La lluvia ha dejado de caer y las estrellas vuelven a brillar con fuerza. Es una hermosa noche. Una noche mágica incluso para la más mágica de las criaturas.